jueves, 7 de octubre de 2010

Memorias de un reikista

Reiki es amor. Es lo primero y tal vez lo último que hay que decir sobre esta maravillosa experiencia de sentir como la energía vital del universo fluye a través de nuestras manos, sanando y sanándonos. Al principio, sólo sentirlo es diferente. Recuerdo la primera vez, hace ya más de tres años, cuando inquieto e ingenuo asistí a una cita con una bioenergética recomendada por una amiga. Luego de conversar un rato me angustia se disipaba recostado en una camilla visualizando una luz violeta. ¡Qué sensación! Sin embargo, la paz y alivio que sentí ese día, pronto se disolvió de nuevo en las rutinas del trabajo. Afortunadamente hace ya casi dos años me reencontré con quien hoy es mi maestra, compañera y amiga: Ana Lucía. Con ella descubrí de que se trató todo aquella tarde de respiro en medio de la intensa marea que había sido mi vida hasta entonces. A pesar de ello, todos nos resistimos al principio. En ese entonces pensaba que  sería sólo "objeto de reiki" y que me bastaba con tumbarme ante el alivio que me entregaba una sección. ¡Qué ingenuo otra vez! Pronto me dí cuenta que esa energía que empieza a fluir a través de nosotros es como un caudal al que no podemos resistirnos. Es, sin mentir, como viajar por fin con la corriente, no contra ella. Reiki es y ha sido para mí una sola cosa: amor, puro amor (eso significa por supuesto, muchas cosas a la vez). Aún tengo mucho por aprender y más por desaprender. Ya no me molesta ser aquel ingenuo y por el contrario, trato de traer esa ingenuidad todos los días a mi vida. Ella está llena de curiosidad y con esa curiosidad, encontré lo que en mi vida faltaba.

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