viernes, 24 de febrero de 2017

¿Sabemos tan poco del SEXO como de la MUERTE?

Imagen de los templos de Khajuraho en India, arte escultórico dedicado al erotismo - Dinastia Chandela (950-1050)

Me encuentro preparando un taller sobre TANTRA y sexualidad consciente, dirigido a jóvenes entre los 16 y los 22 años, y más allá de lo ambicioso que suena el propósito en sí, me ha resultado tremendamente paradójico, que se filtre una y otra vez el material y los conceptos que a la vez estoy explorando para otro Taller, éste sobre: El Reiki, la vida, la muerte y los duelos.

Y he llegado a la conclusión, algo súbita para algunos, algo obvia para otros, y todo un camino para asimilar,  de que para hablar de TANTRA y sexualidad consciente, es preciso hablar de la MUERTE, y que no puedo hablar de la MUERTE sin hablar de la experiencia vital  y corporal que básicamente hizo posible que llegáramos a la tierra: un encuentro sexual entre dos seres humanos.

Entonces, he decidido hurgar, zambullirme en el mar de información que estas preguntas me implican, y para no ahogarme en tales aguas, comenzaré por hablar un poco del manido y aún polémico SEXO, no de SEXUALIDAD, ni de TANTRA, de SEXO, no como la asignación sexual vía la biología, ni de otras enarboladas e idealizadas palabras, por más genuinas y precisas que sean en su origen. De sexo … como comúnmente se le llama a esta experiencia.


EL ORGASMO

Llamado también “La pequeña muerte” haciendo referencia al periodo refractario que vive el cuerpo humano tras la gran descarga neuromuscular de ese momento de máximo placer, ha sido motivo de investigación científica, de exploración poética, de diatribas y melodías, y en últimas quizá de persecución maníaca en la búsqueda de su experiencia.

Como periodo refractario se entiende en fisiología  “ese intervalo durante el cual es imposible desencadenar un segundo potencial de acción en una célula excitable”. Ese momento de desvanecimiento que lleva incluso a la pérdida momentánea de la consciencia, o a lo que muchos nombran como la experiencia de una estado alterado de la misma, es un instante de profunda entrega psíquica y física, que en su expresión más plena y gozosa, pareciera hoy más un mito literario o cinematográfico que una vivencia  al alcance del cuerpo y el sentir humano.

¿Cuánta entrega y renuncia, cuánta fluidez, cuánta agua, cuánto “no hacer” hay en esos momentos de placer? ¿Cuánto recuerdo de sí mismos y de la totalidad que nos circunda misteriosa, hay en ese olvido momentáneo del check list cotidiano? 

Resulta difícil entregarse al cuerpo cuando en el amarnos hay tanta mente, tanta vigilancia y control del otro y de sí mismos. Como también resulta algo árida e insípida tal entrega, cuando sólo es posible como una rutina bajo el efecto de sustancias, drogas, desinhibidores o estimulantes que parecen soltar las amarras tantas veces no para encontrarnos sino para perdernos en cada encuentro.

En la insana comparación a la que se exponen nuestros cuerpo en la escena cultural y mediática vigente, juicios y estereotipos sobre hombres y mujeres hacen del terreno sobre el cual nos deslizamos para ir “a la cama”, una carretera destapada, con unos cuantos huecos que más parecen agujeros negros en el alma de los individuos “amantes”.

Y aparecen ciertos recursos publicitarios no siempre efectivos

Un estudio de la Universidad de Central Lancashire y la Universidad de Leeds, en Inglaterra, señaló que: el 80% de las mujeres fingen orgasmos con cierto hábito. En España superan el 60% y de 13 mil mujeres latinoamericanas encuestadas el 54% dice haber hecho creer a sus parejas haber tenido un orgasmo sin que ocurriera. La pregunta que me surge es: ¿Saben las encuestadas, qué es y cómo se siente un momento pletórico de placer o sencillamente ni siquiera saben cómo identificarlo, propiciarlo y disfrutarlo?

Es así como, por iniciativa del concejal brasileño Arimateio Dantas -que quería compensar las "deudas sexuales" de su mujer, aparece en el año 2006, el día mundial del Orgasmo femenino, celebrado el 8 de agosto para apostarle públicamente a sacar del clóset un tema pleno de estereotipos y esquemas.

Responsabilizar al otro del placer sexual del propio cuerpo, puede ser parte de la falacia cuando hablamos del coito, especialmente si hay desconexión profunda de los ritmos emocionales y corporales. Por otro lado, partir de la noción del orgasmo como un asunto asociado meramente a la penetración, es comenzar perdiendo, especialmente cuando ciertos sensores de máxima excitación no suelen estar dentro de la vágina. Pero dejemos esto para otro momento, en donde quizá podamos explorar el tema de la ruta del placer en la fisiología femenina.



Postergamos esta experiencia humana de placer y encuentro que implica los cinco sentidos en el conexión presente, mientras nos fugamos en el anhelo de cuerpos ideales, momentos ideales, la economía ideal, los hijos ideales, los esposos y esposas ideales, las vulvas ideales, los penes ideales, y es tanta la idea en el idealizar que, se idiotiza al cuerpo en la experiencia física, que sucumbe a los estribos estrictos de nuestras rígidas mentes. Es así como se corre el riesgo de que aparezca un remedo de encuentro sexual, un rito mecánico para quemar calorías, una actividad gimnástica, en un “hagamos como si nos quisiéramos” que poco tiene que ver con eso que líricamente hemos nombrado como “hacer el amor”.

Imagen alusiva a la integración danzante del dios del hinduismo Shiva, asociado a la destrucción y la renovación, y la diosa madre o Shakti. Vida y muerte creando en su encuentro.

NO SE CONTROLA LA VIDA COMO NO SE CONTROLA LA MUERTE,
se asiste a ella, se vive,  se propicia, mientras nos acontece, viene y nos despierta.

Cuando hay tanto por “cuidar” y vigilar, tanto miedo incrustado en las relaciones humanas, en las humanas pruebas de un sobrevivir que dista del vivir, resulta difícil hallar un buen lecho para la salud mental y física, que propicie el placer sexual y erótico (con presencia de Eros, de Amor).

Se disipa entonces, tanto la vida como las pequeñas muertes que tanto aliento traerían a la existencia, a causa de la carencia de tiempo para degustar el alimento, tiempo para respirar, para mirar a los ojos, para abrazar, para escuchar nuestros propios deseos tanto como los del otro, para dolernos con lo que se siente perdido, para llorar a nuestros muertos, los nidos vacíos, para transitar un postparto o aceptar la pérdida de un empleo.

En la exigencia de “records” en la elaboración de los duelos, en las premuras para asimilar las despedidas de los lugares, escenas y relaciones de las que nos hemos ido. En esos afanes, se diluye tanto la vida como los dulces placeres, que con sus estertores nos recuerdan el milagro de habitar un cuerpo y a la vez sabernos mucho más que piel.

Tanto para un grato y satisfactorio encuentro sexual como para la elaboración de un dolor tras una muerte. Es preciso el ejercitar cotidianamente, un soltar, un no hacer, un apagar, un cerrar, un desconectarnos de las pantallas, para encender y abrir otras ventanas, un morir al mundo un momento para nacer al encuentro de sí mismos y con el otro. 



Como la MUERTE, la SABIDURÍA CORPORAL es
invisible a los ojos  y a la vez,
siempre presente
siempre palpable,

“Uno de los efectos esenciales de la muerte celular, o apoptosis, es la eliminación de las células mutadas antes de que puedan replicarse y comenzar a formar tumores. La muerte celular la desencadenan las mitocondrias. Si el ADN de una célula está dañado por una mutación (en la mayoría de los casos, por más de una), puede que las mitocondrias de esa célula no cumplan su función como es debido. La célula dañada sigue viviendo y reproduciéndose, alimentada por promotores biológicos tales como el exceso de estrógenos (en las mujeres) o la glucosa y las grasas trans” dando lugar a lo que llamamos cáncer.

Aquello a lo que más tememos, ese soltar, ese renunciar, ese morir cada día, así cómo ese morir de forma definitiva a un hábito, a una relación, a una forma de ver y ser, es lo que en el universo celular entrega vida, energía y renovación a nuestro cuerpo.

La muerte, si, la muerte tan necesaria como tan temida ella, es el germen de la vida..  Un organismo, una estructura mental, una personalidad, una “persona”, una máscara que no está dispuesta a cambiar, a morir, a reinventarse, puede reproducir de manera indiscriminada esquemas repetitivos de comportamiento, relaciones, empleos, negocios, hijos e hijas, bajo un patrón de caos, dolor, enfermedad, bajo un mismo patrón inconsciente que podríamos llamar tóxico.


Incluso, ella, la Muerte, entrega el impulso vital requerido para partir de este cuerpo físico, para MORIR y trascender en libertad a otra instancia de vida, que por invisible que parezca a nuestros ojos no quiere decir que sea inexistente e inaccesible. El momento de lucidez y alivio común a muchos seres antes de morir, la común expresión de “se alivió para morirse”,  habla de cómo vida y muerte conversan permanentemente. Una requiere de la otra, se alimentan, se abrazan y se aman mutuamente.

Perseguir de forma obsesiva LA VIDA FELIZ tanto en el “discurso terapéutico”, en la "oferta espiritual”, en el práctica religiosa como en la cotidianidad del hogar, es tan inútil como perseguir la MUERTE FELIZ.  Una como otra duele y también son susceptibles de gozo, porque ambas transforman.

Abrazar la vida como la muerte en medio del desconcierto que ambas nos generan, entendiendo que quizá, asistimos a formas de vivir como de morir, no mejores ni peores, sólo más o menos conscientes, vidas y muertes más o menos fluidas, con mayor o menor resistencia, con más o menos sufrimiento, con mayor o menor acompañamiento, con más o menos dignidad. Ninguna ideal, ninguna perfecta, todas únicas.

Entonces, del modo en cómo nos relacionamos con el cuerpo y las emociones que lo habitan, amasamos amorosa y conscientemente la materia prima para el momento de esa gran alquimia llamada MUERTE, ese paso de lo denso a lo sutil.

Las muertes ideales no existen, todas duelen en algún nivel. A veces quién viaja ha muerto de tantas formas en vida, en cada cambio vivido en gratitud y fluidez, que su último soltar es sereno. Eso puede alivianar en cierta medida el dolor de quienes quedan, pero no lo impide en su totalidad, pues el despertar de consciencia ante la vida como ante la muerte, es una experiencia individual.

Temer por tanto al dolor creyendo que así se le evita, y evitar el placer por miedo a perderlo o a  perder el control al entregarnos a sus brazos,  no es más que entrar en una parálisis del movimiento vital, que anquilosa y replica de manera indiscriminada, generación tras generación, una herida de rabia, frustración y enfermedad, una herida de inconsciencia, en donde pareciera ser que la VIDA es víctima de la MUERTE victimaria, y la SALVACIÓN es controlar, es detentar poder sobre nuestros cuerpos, en una asepsia inútil, pues el cuerpo expresa bellamente en su carácter finito, el infinito  mar de la sabiduría cíclica que rige este como tantos universos.

Próstatas inflamadas, miomatosis uterina, endometriosis, lesiones cervicales, tumores y hernias inguinales, ovarios poliquísticos, disfunción eréctil, deseo sexual hipoactivo, hablamos de diagnósticos una y otra vez, olvidando los seres humanos detrás de ellos, un colectivo de linajes enteros que a través del cuerpo expresa un dolor que ha aprendido al resistirse al flujo de la vida y su energía cambiante, transformadora, placentera



Por:
Ana Lucia Acosta B.
Maestra y terapeuta Reiki

Ahora un poco de poesía, un deleite también:


Pienso en tu sexo




"Pienso en tu sexo.


Simplificado el corazón, pienso en tu sexo,


ante el hijar maduro del día.


Palpo el botón de dicha, está en sazón.




Y muere un sentimiento antiguo


degenerado en seso.


Pienso en tu sexo, surco más prolífico

y armonioso que el vientre de la sombra,

aunque la muerte concibe y pare

de Dios mismo.




Oh Conciencia,

pienso, si, en el bruto libre

que goza donde quiere, donde puede.

Oh escándalo de miel de los crepúsculos.




Oh estruendo mudo"

 Cesar Vallejo
La pequeña muerte 

No nos da risa el amor cuando llega a lo más hondo de su viaje, a lo más alto de su vuelo: en lo más hondo, en lo más alto, nos arranca gemidos y quejidos, voces de dolor, aunque sea jubiloso dolor, lo que pensándolo bien nada tiene de raro, porque nacer es una alegría que duele. 
Pequeña muerte, llaman en Francia a la culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos empieza. Pequeña muerte, la llaman; pero grande, muy grande ha de ser, si matándonos nos nace.


  Eduardo Galeano