Imagen de los templos de Khajuraho en India, arte escultórico dedicado al erotismo - Dinastia Chandela (950-1050)
Me
encuentro preparando un taller sobre TANTRA y sexualidad consciente,
dirigido a jóvenes entre los 16 y los 22 años, y más allá de lo ambicioso que
suena el propósito en sí, me ha resultado tremendamente paradójico, que se
filtre una y otra vez el material y los conceptos que a la vez estoy explorando
para otro Taller, éste sobre: El Reiki, la vida, la muerte y los duelos.
Y he
llegado a la conclusión, algo súbita para algunos, algo obvia para otros, y
todo un camino para asimilar, de que
para hablar de TANTRA y sexualidad consciente, es preciso hablar de la MUERTE,
y que no puedo hablar de la MUERTE sin hablar de la experiencia vital y corporal que básicamente hizo posible que
llegáramos a la tierra: un encuentro sexual entre dos seres humanos.
Entonces,
he decidido hurgar, zambullirme en el mar de información que estas preguntas me
implican, y para no ahogarme en tales aguas, comenzaré por hablar un poco del
manido y aún polémico SEXO, no de SEXUALIDAD, ni de TANTRA, de SEXO, no como la
asignación sexual vía la biología, ni de otras enarboladas e idealizadas
palabras, por más genuinas y precisas que sean en su origen. De sexo … como
comúnmente se le llama a esta experiencia.
EL ORGASMO
Llamado
también “La pequeña muerte” haciendo referencia al periodo refractario que vive
el cuerpo humano tras la gran descarga neuromuscular de ese momento de máximo
placer, ha sido motivo de investigación científica, de exploración poética, de
diatribas y melodías, y en últimas quizá de persecución maníaca en la búsqueda
de su experiencia.
Como
periodo refractario se entiende en fisiología “ese intervalo durante el cual es imposible
desencadenar un segundo potencial de acción en una célula excitable”. Ese momento de
desvanecimiento que lleva incluso a la pérdida momentánea de la consciencia, o
a lo que muchos nombran como la experiencia de una estado alterado de la misma,
es un instante de
profunda entrega psíquica y física, que en su expresión más plena y gozosa,
pareciera hoy más un mito literario o cinematográfico que una vivencia al alcance del cuerpo y el sentir humano.
¿Cuánta entrega y renuncia, cuánta
fluidez, cuánta agua, cuánto “no hacer” hay en esos momentos de placer? ¿Cuánto recuerdo de sí mismos y de la totalidad que nos circunda
misteriosa, hay en ese olvido momentáneo del check list cotidiano?
Resulta
difícil entregarse al cuerpo cuando en el amarnos hay tanta mente, tanta vigilancia
y control del otro y de sí mismos. Como también resulta algo árida e insípida
tal entrega, cuando sólo es posible como una rutina bajo el efecto de
sustancias, drogas, desinhibidores o estimulantes que parecen soltar las
amarras tantas veces no para encontrarnos sino para perdernos en cada
encuentro.
En la
insana comparación a la que se exponen nuestros cuerpo en la escena cultural y
mediática vigente, juicios y estereotipos sobre hombres y mujeres hacen del terreno
sobre el cual nos deslizamos para ir “a la cama”, una carretera destapada, con
unos cuantos huecos que más parecen agujeros negros en el alma de los
individuos “amantes”.
Y aparecen ciertos recursos publicitarios no siempre efectivos
Un estudio de la Universidad de Central Lancashire y
la Universidad de Leeds, en Inglaterra, señaló que: el 80% de las mujeres
fingen orgasmos con cierto hábito. En España superan el 60% y de 13 mil mujeres
latinoamericanas encuestadas el 54% dice haber hecho creer a sus parejas haber
tenido un orgasmo sin que ocurriera. La pregunta que me surge es: ¿Saben las
encuestadas, qué es y cómo se siente un momento pletórico de placer o sencillamente
ni siquiera saben cómo identificarlo, propiciarlo y disfrutarlo?
Es así como, por iniciativa del concejal brasileño Arimateio Dantas
-que quería compensar las "deudas sexuales" de su mujer, aparece en el
año 2006, el día mundial del Orgasmo femenino, celebrado el 8 de agosto para
apostarle públicamente a sacar del clóset un tema pleno de estereotipos y
esquemas.
Responsabilizar al otro del placer sexual del propio
cuerpo, puede ser parte de la falacia cuando hablamos del coito, especialmente si
hay desconexión profunda de los ritmos emocionales y corporales. Por otro lado,
partir de la noción del orgasmo como un asunto asociado meramente a la
penetración, es comenzar perdiendo, especialmente cuando ciertos sensores de máxima
excitación no suelen estar dentro de la vágina. Pero dejemos esto para otro
momento, en donde quizá podamos explorar el tema de la ruta del placer en la
fisiología femenina.
Postergamos
esta experiencia humana de placer y encuentro que implica los cinco sentidos en
el conexión presente, mientras nos fugamos en el anhelo de cuerpos ideales,
momentos ideales, la economía ideal, los hijos ideales, los esposos y esposas
ideales, las vulvas ideales, los penes ideales, y es tanta la idea en el
idealizar que, se idiotiza al cuerpo en la experiencia física, que sucumbe a
los estribos estrictos de nuestras rígidas mentes. Es así como se corre el riesgo
de que aparezca un remedo de encuentro sexual, un rito mecánico para quemar
calorías, una actividad gimnástica, en un “hagamos como si nos quisiéramos” que
poco tiene que ver con eso que líricamente hemos nombrado como “hacer el amor”.
Imagen alusiva a la integración danzante del dios del hinduismo Shiva, asociado a la destrucción y la renovación, y la diosa madre o Shakti. Vida y muerte creando en su encuentro.
NO SE CONTROLA LA VIDA COMO NO
SE CONTROLA LA MUERTE,
se asiste a ella, se vive, se propicia, mientras nos acontece, viene y
nos despierta.
Cuando
hay tanto por “cuidar” y vigilar, tanto miedo incrustado en las relaciones
humanas, en las humanas pruebas de un sobrevivir que dista del vivir, resulta
difícil hallar un buen lecho para la salud mental y física, que propicie el placer
sexual y erótico (con presencia de Eros, de Amor).
Se disipa
entonces, tanto la vida como las pequeñas
muertes que tanto aliento traerían a la existencia, a causa de la carencia
de tiempo para degustar el alimento, tiempo para respirar, para mirar a los
ojos, para abrazar, para escuchar nuestros propios deseos tanto como los del
otro, para dolernos con lo que se siente perdido, para llorar a nuestros
muertos, los nidos vacíos, para transitar un postparto o aceptar la pérdida de
un empleo.
En la
exigencia de “records” en la elaboración de los duelos, en las premuras para
asimilar las despedidas de los lugares, escenas y relaciones de las que nos
hemos ido. En esos afanes, se diluye tanto la vida como los dulces placeres,
que con sus estertores nos recuerdan
el milagro de habitar un cuerpo y a la vez sabernos mucho más que piel.
Tanto
para un grato y satisfactorio encuentro sexual como para la elaboración de un
dolor tras una muerte. Es preciso el ejercitar cotidianamente, un soltar, un no
hacer, un apagar, un cerrar, un desconectarnos de las pantallas, para encender
y abrir otras ventanas, un morir al mundo un momento para nacer al encuentro de
sí mismos y con el otro.
Como
la MUERTE, la SABIDURÍA CORPORAL es
invisible
a los ojos y a la vez,
siempre
presente
siempre
palpable,
“Uno
de los efectos esenciales de la muerte
celular, o apoptosis, es la eliminación de las células mutadas antes de que
puedan replicarse y comenzar a formar tumores. La muerte celular la desencadenan las mitocondrias. Si el ADN de
una célula está dañado por una mutación (en la mayoría de los casos, por más de
una), puede que las mitocondrias de esa célula no cumplan su función como es
debido. La célula dañada sigue viviendo y reproduciéndose, alimentada por
promotores biológicos tales como el exceso de estrógenos (en las mujeres) o la glucosa
y las grasas trans” dando lugar a lo que llamamos cáncer.
Aquello
a lo que más tememos, ese soltar, ese renunciar, ese morir cada día, así cómo ese
morir de forma definitiva a un hábito, a una relación, a una forma de ver y
ser, es lo que en el universo celular entrega vida, energía y renovación a
nuestro cuerpo.
La
muerte, si, la muerte tan necesaria como tan temida ella, es el germen de la
vida.. Un organismo, una estructura
mental, una personalidad, una “persona”, una máscara que no está dispuesta a
cambiar, a morir, a reinventarse, puede reproducir de manera indiscriminada
esquemas repetitivos de comportamiento, relaciones, empleos, negocios, hijos e
hijas, bajo un patrón de caos, dolor, enfermedad, bajo un mismo patrón
inconsciente que podríamos llamar tóxico.
Incluso,
ella, la Muerte, entrega el impulso vital requerido para partir de este cuerpo
físico, para MORIR y trascender en libertad a otra instancia de vida, que por
invisible que parezca a nuestros ojos no quiere decir que sea inexistente e
inaccesible. El momento de lucidez y alivio común a muchos seres antes de
morir, la común expresión de “se alivió para morirse”, habla de cómo vida y muerte conversan
permanentemente. Una requiere de la otra, se alimentan, se abrazan y se aman
mutuamente.
Perseguir
de forma obsesiva LA VIDA FELIZ tanto en el “discurso terapéutico”, en la
"oferta espiritual”, en el práctica religiosa como en la cotidianidad del
hogar, es tan inútil como perseguir la MUERTE FELIZ. Una como otra duele y también son
susceptibles de gozo, porque ambas transforman.
Abrazar
la vida como la muerte en medio del desconcierto que ambas nos generan,
entendiendo que quizá, asistimos a formas de vivir como de morir, no mejores ni
peores, sólo más o menos conscientes, vidas y muertes más o menos fluidas, con
mayor o menor resistencia, con más o menos sufrimiento, con mayor o menor
acompañamiento, con más o menos dignidad. Ninguna ideal, ninguna perfecta,
todas únicas.
Entonces,
del modo en cómo nos relacionamos con el cuerpo y las emociones que lo habitan,
amasamos amorosa y conscientemente la materia prima para el momento de esa gran
alquimia llamada MUERTE, ese paso de lo denso a lo sutil.
Las
muertes ideales no existen, todas duelen en algún nivel. A veces quién viaja ha
muerto de tantas formas en vida, en cada cambio vivido en gratitud y fluidez, que
su último soltar es sereno. Eso puede alivianar en cierta medida el dolor de
quienes quedan, pero no lo impide en su totalidad, pues el despertar de
consciencia ante la vida como ante la muerte, es una experiencia individual.
Temer
por tanto al dolor creyendo que así se le evita, y evitar el placer por miedo a
perderlo o a perder el control al
entregarnos a sus brazos, no es más que
entrar en una parálisis del movimiento vital, que anquilosa y replica de manera
indiscriminada, generación tras generación, una herida de rabia, frustración y
enfermedad, una herida de inconsciencia, en donde pareciera ser que la VIDA es
víctima de la MUERTE victimaria, y la SALVACIÓN es controlar, es detentar poder
sobre nuestros cuerpos, en una asepsia inútil, pues el cuerpo expresa
bellamente en su carácter finito, el infinito mar de la sabiduría cíclica que rige este como
tantos universos.
Próstatas inflamadas,
miomatosis uterina, endometriosis, lesiones cervicales, tumores y hernias
inguinales, ovarios poliquísticos, disfunción eréctil, deseo sexual hipoactivo,
hablamos de diagnósticos una y otra vez, olvidando los seres humanos detrás de
ellos, un colectivo de linajes enteros que a través del cuerpo expresa un dolor
que ha aprendido al resistirse al flujo de la vida y su energía cambiante,
transformadora, placentera
Por:
Ana Lucia Acosta B.
Maestra y terapeuta Reiki
Ahora un poco de poesía, un deleite también:
Pienso en tu sexo
"Pienso en tu sexo.
Simplificado el corazón, pienso en tu sexo,
ante el hijar maduro del día.
Palpo el botón de dicha, está en sazón.
Y muere un sentimiento antiguo
degenerado en seso.
Pienso en tu sexo, surco más prolífico
y armonioso que el vientre de la sombra,
aunque la muerte concibe y pare
de Dios mismo.
Oh Conciencia,
pienso, si, en el bruto libre
que goza donde quiere, donde puede.
Oh escándalo de miel de los crepúsculos.
Oh estruendo mudo"
Cesar Vallejo
La pequeña muerte
No nos da risa el amor cuando llega a lo más hondo de su viaje, a lo más alto de su vuelo: en lo más hondo, en lo más alto, nos arranca gemidos y quejidos, voces de dolor, aunque sea jubiloso dolor, lo que pensándolo bien nada tiene de raro, porque nacer es una alegría que duele.
Pequeña muerte, llaman en Francia a la culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos empieza. Pequeña muerte, la llaman; pero grande, muy grande ha de ser, si matándonos nos nace.
No nos da risa el amor cuando llega a lo más hondo de su viaje, a lo más alto de su vuelo: en lo más hondo, en lo más alto, nos arranca gemidos y quejidos, voces de dolor, aunque sea jubiloso dolor, lo que pensándolo bien nada tiene de raro, porque nacer es una alegría que duele.
Pequeña muerte, llaman en Francia a la culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos empieza. Pequeña muerte, la llaman; pero grande, muy grande ha de ser, si matándonos nos nace.
Eduardo Galeano
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